La Epístola de Melchor Ocampo, Visión del Matrimonio del Siglo XIX que Prevaleció Hasta 2007

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  Por más de 150 años, la Epístola de Melchor Ocampo se leyó en las bodas civiles pero hoy se considera contraria a la igualdad entre las personas Es fundamentalmente cierto que nuestro país se erigió en el siglo XIX, entre la vida colonial y el siglo pasado, con la Revolución Mexicana y la posterior carrera hacia la modernidad.  Igualmente, dos protagonistas de ese estado naciente fueron Benito Juárez y Melchor Ocampo, a quien se le atribuye la mayor parte de la formulación de las  Leyes de Reforma  y la llamada Epístola de Melchor Ocampo. Con este discurso,  Ocampo contribuyó con su visión muy personal, pero reflejando los tiempos que corrían, de lo que debía ser la unión civil entre un hombre y una mujer.  Cabe señalar que la epístola formó parte del artículo 15 de la Ley de Matrimonio Civil expedida por Juárez en 1859. Epístola de Melchor Ocampo, pauta decimonónica sobre un «buen matrimonio « En la carta se establecían los roles que los cont...

Sabado Santo: Reflexion or Comentario Al Evangelio,



El Sabado Santo No Hay Liturgia, por eso les dejamos la Reflexion or Comentario al Evangelio de ese dia, Hecho Por, Adrián de Prado Postigo, de Ciudad Redonda,

Queridos Hermanos:

Hoy es Sábado Santo. Un día «santo» porque en él se trasluce elmisterio último del amor de Dios. No se trata de un amor cualquiera: es el amor definitivo del Dios que espera con nosotros la feliz sobreabundancia eterna.
La caminata temprana de las mujeres al sepulcro no fue inmediata; tampoco la carrera de los discípulos hacia la tumba vacía. La muerte es una palabra lo suficientemente rotunda como para dejarnos en silencio largo tiempo, aunque sea una palabra penúltima. Se trata de un silencio que hemos de aprender a hospedar. Asimismo, la pérdida es un golpe lo bastante desgarrador como para imponernos un duelo prolongado, aunque sea un golpe penúltimo. Se trata de un duelo que hemos de aprender a transitar. Sin el silencio y el duelo no es posible recobrar la presencia del ausente. 

Hoy la liturgia calla para poder cantar mañana.
Cuando el amor encara con hondura la muerte y el fracaso, no se pierde, se siembra. Al fin y al cabo, el amor tiene vocación de eternidad y de fecundidad: de ahí que nos quepa confiar en que el Amado volverá a pronunciar sobre la tumba su palabra perenne y feraz. 

Ahora bien, ninguna semilla da fruto de repente: tampoco la del amor, que ha de aquilatarse en el fuego de la paciencia y el cuidado. Hay que llorar el amor. Hay que abrigar el amor. Hay que sufrir el amor. Hay que arar el amor. Hay que recoger el amor. Hay que anhelar el amor. Hay que alentar el amor... No se pasa de la noche cerrada al sol de mediodía sin resistir la oscuridad, desear el alba y madurar la mañana.

Entonces, ¿hay que esperar a Dios para que nos alcance la vida? Más bien al revés: Dios espera con nosotros para que maduremos el amor. Por eso, la bondad definitiva de Dios Padre, que resucita a su Hijo como sol que nace de lo alto, se adivina ya en la neblina incierta del amanecer. 

Allí estamos los discípulos perdidos, aguardando; allí también Él, aguardando con nosotros. La caridad divina no conoce el hiato: no está ausente su misericordia ningún día de nuestra vida. Porque el amor de Dios llena todas las horas: 

Él acoge el grano que cae en tierra y muere al final de la tarde, lo nutre amorosamente durante la noche y espera con nosotros su florecer feliz y sobreabundante en la plenitud del nuevo día.

Dejemos hoy que el amor de Dios llegue hasta nosotros en todo su misterio, que el Padre nos diga a cada uno: «Espera en el Señor, ten ánimo, sé valiente. Espera en el Señor». Y al acudir sin prisa a su sepulcro abierto, ¿hallaremos en Él nuestro nuevo nacimiento?

Fraternalmente: Adrián de Prado Postigo,


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