San Charbel Makhlouf, El Ermitaño Del Mundo

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San Charbel Makhlouf, 🛐  Murió la Nochebuena de 1898, mientras celebraba misa. Estaba nevando y todos los caminos a la ermita estaban cubiertos de nieve y nadie del monasterio pudo informar a los aldeanos de la muerte del ermitaño.   Sin embargo, sucedió algo extraño. Ese mismo día cada aldeano experimentó la íntima creencia de que el Padre Charbel había sido llamado al cielo.   Los jóvenes partieron con palas para quitar la nieve, hasta la ermita y para alcanzar el cuerpo en el monasterio de Annaya   “Hemos perdido una estrella brillante que protegía a nuestra Orden, a la Iglesia ya todo el Líbano con su santidad”, escribe el Prior.   “Oremos para que Dios haga de Charbel nuestro patrón, quien nos cuide y nos guíe en las tinieblas de nuestra vida terrena”.   El día de Navidad, el padre Charbel fue enterrado en una fosa común del monasterio.   La noche siguiente, una misteriosa luz brillante se hizo visible a través del valle.   Continuó brillando durante cuarenta y cinco

¡Mujer, ahí tienes a tu Hijo!.. Hijo, ahí tienes a tu Madre!

Que Palabras, Palabras Fuertes Llenas De Mucho AMOR, y La Contestacion Del Disipulo Amado Ni Se Diga, 

Desde lo alto de la Cruz. Desde el dolor. Desde el olvido y traición de tantos, la incomprensión de tantos, el Señor Jesús tiene unas palabras cargadas de dulzura y sentido profético para con su Madre. ¡Mujer, ahí tienes a tu Hijo!, le dice a Santa María. 

Es una palabra con ecos que provienen de los umbrales de la historia cuando Dios le prometió al hombre que la Salvación habría de venir. Desde la misma Cruz del dolor y de la esperanza, el Señor ilumina la identidad de su Madre. 

Jesús le dice que Ella es la Mujer, aquella de quien dependió el ingreso de la Salvación en la historia. En esta palabra el Señor esboza y resume lo grandioso del misterio de María, su rol dinámico participatorio en la historia salvífica de la humanidad. 

Su maternidad no es un hecho aislado, revela Jesús; su maternidad es piedra angular de la vida del cristiano, luz que esclarece, calor que alienta, fuerza y esperanza que cimientan.

Y, completando el mensaje que alguien ha llamado el último testamento del Señor, Jesús le dice a todos sus amigos fieles en aquel que es el apóstol fiel por excelencia: ¡Hijo, ahí tienes a tu Madre! Al hablarnos a todos nosotros en San Juan, el Señor Jesús, desde la Cruz de la Salvación nos confirma el misterio de la maternidad espiritual de María. 

Ella, ¡la Madre de Dios!, ¡Madre nuestra! ¡Qué hermoso legado del Hermano mayor! Hay en esto todo un programa de vida, todo un camino para el peregrino que siente en su corazón la nostalgia del encuentro con el Padre. 

Cada hecho, cada palabra del Señor recogida en el Evangelio son iluminación del sendero que nos conduce a la semejanza, a la Casa del Padre.

¡María, nuestra Madre! Por voluntad del Señor, María madre de todos los que buscan abrirse a Jesús en un encuentro plenificador que guíe todos los momentos de su permanencia en el mundo. 

Por los propios designios del Salvador, Él nos señala el camino más adecuado de aproximación: por María. San Pío X, haciéndose eco de la voluntad de Dios, decía: «No hay camino más seguro y fácil que María por el cual los hombres pueden llegar a Cristo». Y es que todo en María apunta a Jesús. Amando a María se llega a amar plenamente al Señor Jesús.



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