Devoción a La Divina Providencia

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Devoción a La Divina Providencia:    El Día Primero del Mes. (Enciende el cirio o veladora a la Divina Providencia).   ACTO DE FE   Creo en Dios, Espero en Dios, Amo a Dios, Me pesa de haber ofendido a Dios; Hágase en mí la voluntad de Dios.   ¡Oh Trinidad santísima, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas y un Solo Dios verdadero, en quien creo y a quien amo sobre todas las cosas, ten piedad y misericordia de nosotros y danos vuestra bendición; descienda sobre nosotros la bendición de Dios ✠ Padre, de Dios ✠ Hijo, y de Dios ✠ Espíritu Santo. Amén.   ¡Oh María, concebida sin pecado! Rogad por nosotros que acudimos a Vos.   ¡Oh Sangre de mi Jesús! ¡Oh Remedio Universal!, Pues te vertiste en la Cruz, ¡Líbranos de todo mal!   ¡Oh lágrimas de María! Por mis culpas derramadas, En esta sangre mezcladas Ampárame de noche y de día!   Santísima Trinidad ¡Oh Divina Providencia! Concédeme tu clemencia Y tu infinita bondad. ...

¡Mujer, ahí tienes a tu Hijo!.. Hijo, ahí tienes a tu Madre!

Que Palabras, Palabras Fuertes Llenas De Mucho AMOR, y La Contestacion Del Disipulo Amado Ni Se Diga, 

Desde lo alto de la Cruz. Desde el dolor. Desde el olvido y traición de tantos, la incomprensión de tantos, el Señor Jesús tiene unas palabras cargadas de dulzura y sentido profético para con su Madre. ¡Mujer, ahí tienes a tu Hijo!, le dice a Santa María. 

Es una palabra con ecos que provienen de los umbrales de la historia cuando Dios le prometió al hombre que la Salvación habría de venir. Desde la misma Cruz del dolor y de la esperanza, el Señor ilumina la identidad de su Madre. 

Jesús le dice que Ella es la Mujer, aquella de quien dependió el ingreso de la Salvación en la historia. En esta palabra el Señor esboza y resume lo grandioso del misterio de María, su rol dinámico participatorio en la historia salvífica de la humanidad. 

Su maternidad no es un hecho aislado, revela Jesús; su maternidad es piedra angular de la vida del cristiano, luz que esclarece, calor que alienta, fuerza y esperanza que cimientan.

Y, completando el mensaje que alguien ha llamado el último testamento del Señor, Jesús le dice a todos sus amigos fieles en aquel que es el apóstol fiel por excelencia: ¡Hijo, ahí tienes a tu Madre! Al hablarnos a todos nosotros en San Juan, el Señor Jesús, desde la Cruz de la Salvación nos confirma el misterio de la maternidad espiritual de María. 

Ella, ¡la Madre de Dios!, ¡Madre nuestra! ¡Qué hermoso legado del Hermano mayor! Hay en esto todo un programa de vida, todo un camino para el peregrino que siente en su corazón la nostalgia del encuentro con el Padre. 

Cada hecho, cada palabra del Señor recogida en el Evangelio son iluminación del sendero que nos conduce a la semejanza, a la Casa del Padre.

¡María, nuestra Madre! Por voluntad del Señor, María madre de todos los que buscan abrirse a Jesús en un encuentro plenificador que guíe todos los momentos de su permanencia en el mundo. 

Por los propios designios del Salvador, Él nos señala el camino más adecuado de aproximación: por María. San Pío X, haciéndose eco de la voluntad de Dios, decía: «No hay camino más seguro y fácil que María por el cual los hombres pueden llegar a Cristo». Y es que todo en María apunta a Jesús. Amando a María se llega a amar plenamente al Señor Jesús.



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